¿Sueles rechazar la evidencia que está ante tus ojos?
¿Por qué cuando estamos enamorados sólo vemos lo que queremos y omitimos lo que preferimos no saber? ¿Por qué nuestros amigos o familiares pueden ver aspectos de una relación o situación dada y nosotros somos incapaces de hacerlo? ¿Qué es la “ceguera selectiva”? ¿Qué es la ceguera voluntaria? ¿Por qué puede resultar grave no quitarnos la venda de los ojos? ¿Podemos aprender a ver mejor? En este artículo quiero compartirles un pequeño ejercicio que podría ahorrarles el sufrimiento consecuencia de no haber querido ver las señales que con el tiempo se vuelven evidentes.
¿El amor es ciego? Está expresión fue encontrada por primera vez en Merchant’s Tale de Chaucer en 1405, posteriormente Shakespeare la revive e incluye en muchas de sus obras. No solo es el amor, o mejor dicho, los amantes quienes eligen de manera inconsciente, y a veces no tan inconsciente, lo que quieren ver y omiten de su vista lo que prefieren no saber.
Un estudio de investigación realizado en 2004 por el University College de Londres apoya la opinión de que la ceguera del amor no es solo un asunto figurativo. En este estudio se encontró que los sentimientos de amor suprimen la actividad de las áreas del cerebro que controlan el pensamiento crítico.
La necesidad de sentirnos amados nos es inherente. Como niños, si crecemos rodeados de amor, nos sentimos seguros y protegidos. En la vida buscaremos amar y que nos amen; nos interesa encontrar y proteger las relaciones que nos hacen sentir bien aunque estén sostenidas en una ilusión. De hecho, parece que el amor require de un cierto grado de ilusión para surgir y perpetuarse.
Cuando amamos a alguien, le vemos cualidades especiales que los demás no ven. Para nosotros, el ser amado, ya sea un hijo, pareja, figura parental u otro tiene infinitamente más atributos que los extraños. Nos resistimos a ver cualquier cosa que nos rompa esa ilusión o que nos lleve a cuestionarnos aquellas virtudes o actitudes que vemos en los seres que amamos o creemos amar.
La “ceguera selectiva” puede llevarnos de manera individual, familiar y social a situaciones patológicas y muy peligrosas. Algunos ejemplos son: el abuso verbal, físico, psicológico, sexual y de autoridad, entre otros. En muchas familias disfuncionales en donde reina la violencia de cualquier índole, generalmente no se le pone nombre a lo que sucede ni se habla abiertamente de ello y suele mantenerse en secreto. Es dramático que en el caso de abuso sexual, uno o varios miembros de la familia puede intuir lo que está sucediendo pero eligen “no verlo”.
Muchas parejas, familias y sociedades viven un infierno sin que los miembros tengan conciencia de la seriedad del escenario en el cual conviven. Enfrentar y reconocer la realidad puede ser devastador, entonces la ceguera voluntaria se vuelve una opción más manejable. Sin embargo, esa “ceguera voluntaria”; o sea el fingir que no vemos, nos hace impotentes ante una realidad. La ironía es que el ignorar lo que estamos viendo, no solo no nos pone a salvo, sino que nos expone al peligro.
¿Podemos aprender a ver mejor?
En mi práctica terapéutica inevitablemente surgen temas que si bien han sido puntos ciegos para la persona, son obvios para los externos. Quizás han vivido en condiciones que no quisieron ver por muchos años, y que de haber visto antes se hubieran ahorrado ese gran sufrimiento y no hubieran dejado pasar excelentes oportunidades en muchos aspectos de su vida.
Podemos aprender a ver mejor. Nos podemos hacer preguntas como: ¿qué le diría a mi mejor amigo(a) si fuera él/ella quien estuviera viviendo lo que yo?, ¿qué debería ver y no he querido?, ¿qué reacciones tiene mi cuerpo ante ciertas conductas que percibo?, ¿para qué insisto en justificar lo que a todas luces me afecta?
Siempre tenemos la oportunidad y el potencial de cambiar. El cerebro posee una gran plasticidad que nos favorece. Tengamos presente que independientemente de la adversidad que hayamos vivido, nuestra capacidad de cambio no debe ser minimizada.
EJERCICIO
Debemos recalcar que para cambiar nuestra realidad, no basta con verla con objetividad; los siguientes pasos nos llevarán a una transformación. Los invito a realizar este ejercicio; funciona mejor si lo escriben.
1) Reconocer la existencia de la situación que nos está haciendo daño.
2) Ser transparentes con nosotros mismos y poner en palabras de qué manera dicha situación nos afecta.
3) Poner sobre la mesa las opciones y posibilidades que tenemos para generar un cambio.
4) Reconocer las habilidades personales que tenemos para llevar a cabo dichas opciones.
Irene
Querida Diana:
Dar nombre a las situaciones libera el alma. Mil gracias te llevo en mi ❤️.